Plano general, lluvia

Fotografía de Carlos Pozo 

Plano general, una joven con un gorro de lana sentada en el último asiento de un autobús, dolly in hasta llegar al rostro de la joven, plano subjetivo de la ventana del bus completamente mojada, (da a entender que afuera llueve), plano subjetivo de asiento delantero donde un pasajero está recostado, plano subjetivo de piso de bus, plano subjetivo de techo de bus, plano subjetivo de las botas mojadas de la joven, plano subjetivo, de ventana, plano subjetivo de asiento, plano subjetivo de piso, breves segundo de estos planos con el fin de demostrar la desesperación de aquella joven encerrada en un bus.

Plano general de bus, joven sentada en asiento trasero, plano americano de la joven frotando sus manos, plano medio de la joven con la cabeza arrimada al espaldar del asiento con cara de desesperación.

Plano general de bus, la joven en desenfoque, el bus se detiene, plano americano de un señor empapado subiendo al bus, plano medio de la joven, la joven grita, -bájese, bájese, no se suba esto es un infierno, ¡no se suba!

Plano americano de la joven sentada en la última fila del bus, afuera llueve, el bus no se mueve, ella no puede ver nada más que las luces de los autos de afuera, no es capaz de gritar, no es capaz de moverse.
¿claustrofobia? ¿miedo a la lluvia? ¿guión de un corto sobre el transporte público? No, eso es lo que siento cada vez que subo a un bus y afuera llueve y el tráfico no le permite avanzar, y no puedo bajar, y no puedo abrir la ventana, y no puedo gritar, y me asfixio, y tengo miedo y no puedo ver nada porque los vidrios están cubiertos de lluvia.

la imagen más bella

Llorre al salir de casa como la primerva vez que fui, no me llevé más que ese abrazo y la seguridad de no perderte. El camino que me aleja es largo, contribuye con la tristeza. Cuando faltaban 45 minutos para llegar te vi y me vi.
El único lugar para encontrar seguridad en un bus que me lleva a donde no quiero ir es tu estómago, me sujeto de ti, apoyo mi  cabeza en ti y cierro mis ojos.

La imagen más bella de ese domingo en el bus fue verte.

Se fue el bus

Se me fue el bus o yo me fui con él. No se si dejé de pensar o mis pensamientos no me dejaron abandonarlos, me detuvieron en ese asiento mirando el piso, mientras esas botas negras se apoyaban a un pedazo de hierro. Pero recuerdo todo, nada era caótico más que la inconstancia de mi corazón, la gente estaba calmada, el movimiento del bus me arrullaba, por primera vez no quería salir, no quiero. No quiero mirar la estación del Trole, no quiero salir y empujar a toda esa gente para dejar el bus, no quiero enfrentar la calle otra vez, quiero estar en el bus y mirar el inconstante golpe de esas botas negras, en ese lugar no era un pecado la inconstancia de mi corazón.

Tipos de pasajeros

Quienes duermen acurrucados, y hacen del frío espaldar su cómoda almohada. - Señorita, señorita, señorita, pasaje. En toda historia donde existe una bella durmiente no puede faltar el príncipe, pero quien convierte su asiento un castillo no despierta con un tierno beso sino con un jaloneo y antes de terminar su bostezo y con los ojos entreabiertos tiene que pagar el pasaje.

  
Quienes se maquillan pese al inconstante movimiento, acercan un afilado lápiz negro a sus ojos seguros que no habrá un accidente que los ponga en peligro.


Quienes nos convierten en confidentes al revelarnos sus secretos gracias al altavoz de su celular o una de imprudente amiga que repite a gritos su conversación.


Quienes se besan, esos amantes que recordaran aquel bus para siempre, son como una escena de película mirándose, besándose, mirándose, nada les molesta, no existe nadie, los espectadores sienten que el tiempo se ha detenido. 

  
Los que reclaman, a quienes no les importa, los que leen un mensaje de texto para fingir no ver a una anciana, quienes empujan para desquitar sus iras antes de llegar al trabajo, quienes cantan a todo pulmón esperando ser descubiertos, quienes leen, quienes no saben a donde van, quienes no quieren llegar, quienes escriben las historias después de bajar del bus. 






Odio viajar en Trole y tengo argumentos


Fotografía: Carlos Pozo

Sábado 24 de julio, diez y media de la noche, destino: Plaza del Teatro, concierto Sudakaya.

Grito seguido de empujones, una sola frase provoca confusión, ira, indignación, malestar.

Quienes estamos ya dentro del Trole vemos asustados como una masa de gente intenta entrar por la única puerta abierta de este transporte, el controlador grita “0,50 centavos el pasaje, ¡0,50!” , las miradas de quienes quieren ser pasajeros se enfurecen, se miran entre si y como si lo hubieses planeado empiezan a empujar, el cobrador no piensa dejar que nadie pase así que responde a la reacción en masa con gritos y empujones que llegan hasta una señora con un niño en brazos.

La escena se repite en la siguiente parada, pero ahora el enfrentamiento involucra a los pasajeros que desean salir y que obligatoriamente tienen que usar la puerta que está junto al chofer. Unos salen, otros entran, otros son detenidos y obligados a bajar, quienes salen deslizan con fuerza su cuerpo entre brazos y espaldas.

El corredor del Trole es otro escenario, estaba sentada casi al final y mire con un poco de temor todo el recorrido que tenía que hacer para llegar a la puerta designada por dos verdugos (a un conductor que maltrata de esta forma a sus pasajeros y a un controlador que no le importa más que reproducir las monedas que lleva en los bolsillos a costa de la necesidad de las personas no se les puede llamar de otra forma)

Un momento sentí que me faltaba el aire, escuche el llanto de un niño que luchaba por abrirse paso entre las piernas de quienes entraban y quienes salían, en ese momento el miedo se transformó en ira.

Fue el peor viaje de mi vida, ahora puedo argumentar el porque ODIO viajar en Trole. Razones:
- Vi como quienes tiene un poco de poder abusan de él y lo usan a su favor sin importarles nada.
- Fui testigo de la humillación que niños, hombres y mujeres sufrieron al tener que quedarse fuera del Trole por no tener 0,50 centavos.
- Realmente es inhumano que por una puerta de dos metros humanos entren 15 personas al mismo tiempo que salen 5 por el maldito capricho del conductor de facilitarle la tare a verdugo.

No podemos permitir que nos traten así, ¿por qué en una ciudad tan grande sólo hay buses hasta las ocho? ¿Después de las siete muchas personas tiene que esperar más de veinte minutos en las paradas expuestos a un asalto? ¿Por qué tenemos que conformarnos en viajar aplastados en el Ecovia o en el Trole? Necesitamos que mejore el sistema de transporte público, si no protestamos seguiremos siendo victimas de chóferes irresponsables e inhumanos, de asaltos en las paradas de bus, de carreras de buses. ¡Protestemos!

Fobia

Fotografía: Carlos Pozo

No soporto el ruido, no se que es más intolerable si el sonido de esa horrible melodía amplificada por viejos parlantes o el torck torck trock de una chatarra pintada de rojo y blanco circulando por la Seis de Diciembre.
Busco alguna manera escapar del ruido sin tener que bajar, y tu me ayudas tapando mis oídos con tus manos, no lo logras. Sin importar cuanto esfuerzo haga empiezo a desesperarme, necesito bajar. Creo que he descubierto una fobia, tengo miedo, pánico a estar encerrada en bus viejo que emite de cada una de sus latas un estruendo, tengo fobia al ruido fuerte, tengo fobia a pensar que tendré que esperar doce cuadras para poder huir de él.
¿Y si después de las doce cuadras se queda impregnado en mi y lo sigo escuchando? Tomo tu mano y salgo corriendo, mientras se aleja de mi siento pena por los cuatro pasajeros que con la mirada perdida decidieron no dejar sus asientos porque ya están acostumbrados a que el leitmotiv de su viaje sea ese.

Sólo le faltaba el zamarro y el cabresto







Fotografía: Carlos Pozo


Hoy tuve un flashback de un domingo como cualquier otro. 
Mi papá nos levantó a las 4 de la mañana, entre sueños nos abrigábamos y subíamos al carro. Yo con la cabeza pegada al vidrio tratando de abrir mis ojos, mientras mi hermano saltaba en el asiento de atrás.  Después de un largo viaje llegamos a la feria de animales del Quinche, íbamos  a comprar nuestro primer caballo. 

Mientras mi papá elegía el mejor ejemplar para el presupuesto que tenía, yo paseaba entre cientos de vacunos, porcinos, y equinos todos los animales tenían cara de no saber que estaba pasando, sus dueños gritaban como locos tratando de subir a los animales a golpes en los camiones que los llevarían ya sea al camal o con nuevos dueños.

De regreso al presente escucho el grito del controlador del bus tratando de acomodar a la muchedumbre en la parte de atrás, mientras el chofer, para variar, cumple el papel de hacer imposible mantenerse de pie sin sujetarse fuertemente de un tubo, una señora mayor con yeso en el brazo pasa inadvertida entre tal multitud, nadie le cede su asiento.

Pensé en decirle a un policía que venía en el bus que hiciera algo, pero al ver su expresión, la misma que teníamos todos los pasajeros, me di cuenta que él también era parte del ganado que transportaban.


Una hIstoria de Carlos Pozo

impulsado por el viento

Él espera en la estación del bus, no subirá en cualquiera, está seguro que la única razón que recompensará tanta espera es ver la ciudad desde el segundo piso. Hay pocos buses como estos y se siente afortunado de subir junto a sus hermanos las gradas de caracol y sentarse junto a la venta. Imagino su sonrisa al apoyar su frente al vidrio y mirar todo desde arriba, no deja de sonreír le produce gracia no mirar al conductor, es como si el bus se moviera impulsado por el viento...

Gracias a la bocina de un conductor

Sólo recuerdo el estruendo de la bocina de ese bus. Me detuve y mire sin reacción al conductor. El semáforo estaba en rojo, ¿Por qué pitó? ¿Por qué quería intentar pasar antes que yo? El semáforo estaba de mi lado pero aún así mis pies se detuvieron en medio de la calle al igual que mis pensamientos ¿Por qué direccionó el sonido de su bocina a mis tímpanos? ¿Por qué provoco un pequeño sacudón en mi cabeza? ¿Por qué si el semáforo estaba en rojo?

Me detuve y mire las rayas blancas debajo de mis pies, el semáforo en rojo en la esquina de la Reina Victoria y la 12 de Octubre, un Vingala reclama paso y mi cabeza en silencio. Gracias a la bocina de un conductor desesperado deje de pensar.

al final

durante el viaje quise encontrar una respuesta, camine despacio, reteniendo el momento de tomar el bus, nada cambio, la respuesta anque está ahí aún no la encuentró

Su primera vez

El pico y plata ha obligado a quienes no dejan su carro ni para ir a la tienda a usar el bus.

¿Puede resultar traumática esa primera vez en el transporte público? Pues mis cincuenta minutos junto a mi prima, su cartera, botas y ojos de pánico al preguntarme a gritos “me bajo por la puerta de atrás o de la adelante” responden mi pregunta, definitivamente puede resultar un atentado contra su calma aunque a mi y a muchos otros pasajeros nos provoque un leve ataque de risa.

“Me imagine que las dos sentaditas en el bus podríamos ir conversando” su deseo desapareció al subir a un bus repleto donde la mayoría de pasajeros conocían las mañas de viajar en el transporte público y empujaban por acomodarse en un pequeño espacio mientras ella rogaba por el momento de bajar.

Su segundo recorrido por la ciudad lo hizo acompañada y en un bus vacío, pero antes de subir a él tuvo que esperar por treinta minutos “¿Por qué no viene el bus?”, “no se” le respondí, “ pero si tú eres una experta en buses”, (sonaba realmente preocupada y más al percatarse que el esperado bus estaba parado desde hace varios minutos dos cuadras lejos de nosotras) “lo siento Vero, en realidad hay cosas que el pasajero rutinario de bus no sabe, así que no se”.

Pagar el pasaje se convirtió para ella en una completa travesía, desde mi puesto mire como luchaba con los bolsillos de su cartera para poder encontrar las monedas mientras se movía de un lado a otro y enrollaba su brazo en el tubo del bus, cuando por fin los cincuenta centavos estuvieron en su mano un caballero de pelo largo, vestido de negro, algunas argollas en sus oídos y una extraño olor se acercó, pobre creo que en ese momento sí estaba aterrada.

Al llegar a su casa indignada por esa medida de tránsito que la obligaba a dejar su automóvil estacionado, le dijo su hija de catorce años que había tomado un bus, “!Qué un bus!”, gritó la niña asustada inclinando las cejas y compadeciéndose de su madre.
¿En serio es tan malo tomar ¡un bus!?, pues parece que para quienes lo hacen por primera vez sí lo es.

Se debería hacer una campaña educativa que oriente a los nuevos pasajeros y los prevenga de lo que encontraran en el transporte público, de no ser así imagino a mi primita y a muchos otros encerrados en sus casas temblando y repitiendo “no quiero ir en bus, no quiero ir en bus, no quiero ir en bus”

Fotografía: Carlos Pozo
En un viaje uno encuentra lo que no busca...

El bus no llega


Las niñas su abuela y su madre esperan el bus, cuando llegaron a la improvisada parada se preguntaron ¿y va a llegar?, la esperanza murió después de algunas horas bajo el sol paradas en una desolada carretera.

Cuando pidieron que nos convirtamos en su medio de transporte aceptamos complacidos y admirados de que en ese lugar, donde minutos después miramos búfalos caminando cerca del auto, alguien esperara un bus.

La mejor forma de entender que existe detrás de esos lugares por los que uno va de paso es conversar con la gente que nos mira con curiosidad mientras mirando por la ventana nos alejamos del sitio.

La señora estaba angustiada “No hay buses señorita, y caminando no podemos llegar”, la niña más pequeña recostó su cabeza en el filo del balde de la camioneta, me sonreía con timidez y nos agradecía en silencio por haber terminado con su espera.

Cuando su viaje concluyó la anciana quiso entregarnos algunas monedas para pagar por su recorrido, cuando tomé su mano diciéndole que no era necesario envidie la oportunidad que ella tenía de caminar en medio de los árboles junto a su hija y sus nietas.

Afuera llueve

Fotografía: Carlos Pozo

Los pasajeros han huido de la lluvia pero dentro todo está mojado, el impermeable blanco de un extranjero que inclina su cabeza para no golpearse moja las caras de quienes pasan por su lado, el paraguas chorrea gotas en el piso pero a nadie le importa porque todos están mojados.

Dentro del bus tal vez uno se siente más mojado que afuera pero sin frío, le estorba la humedad de los cuerpos encerrados en ese espacio de pocos metros que los transporta.

Miro la cara de un jovencito que arrima toda su mejilla al vidrio, tiene los ojos sonrientes, no creo que disfrute sentir la maleta de una estudiante clavada en su espalda, pero tal vez le alegra mirar la lluvia desde adentro.

A una señora le ha dado por secar su cabello con un pañuelo azul y a una niñita por interrumpir el silencio con que viajan los mojados con alaridos y llanto. Su mamá a entendido que los pasajeros no soportaran mucho aquel ruido y ha decidido bajar del bus. Otra vez la imagen de desconocidos mojados intentando no empujarse demasiado para no chocar con la humedad de otros cuerpo vuelve a estar en silencio.

Es una imagen gris que descubre la tristeza que esconde el mundo y que no deja de ocultarse cuando afuera llueve y adentro todos están mojados.

Desde la ventana

Fotografía: Carlos Pozo

Cuando ese bus de madera paso junto a mi ventana deteste el aire acondicionado, ese aire artificial que no me permitía sentir la diferencia entre Quito y Quinindé, quise ser parte de esa imagen que congeló en mi mente como un extraño recuerdo que al ver está fotografía se aclara.

El encuentro fue rápido, apenas unos segundos, pero el resto de mi viaje imagine el rostro de los pasajeros de ese transporte que les permitía ver el mundo sin un vidrio de por medio.

Tal vez si hubiese estado en su lugar me hubiese quejado del calor y la lentitud del movimiento de ese carro, describiría el dolor en la espalda por estar sentada por tanto tiempo en asientos de madera, pero cuando en mi escritorio miró esta fotografía me empeño en crear con mi mente el destino al que cada uno de ellos llegaría, un destino que por alguna razón quisiera conocer.

Las historias van más allá, se desarrollan brevemente en ese carro, pero llegan a un lugar y el llegar sentado con la cabeza arrimada a la madera, golpeando con los dedos el asiento de adelante y compartiendo el espacio con un extraño le dan a esa historia un matiz diferente.

Entiendo que ese transporte es la representación de un mundo distinto, no sólo una realidad, un mundo distinto al mío.

Perdí un zapato!!!

Me gustaba regresar de la escuela de la mano de mi abuelo. No era de las niñas que se sueltan la mano para sentirse grandes, me sentía muy bien siendo una niña y hasta hoy prefiero sentirme menos grande de lo que soy.

Mi abuelo caminaba a mi ritmo, cuando alguien pasaba a mi lado, él me acercaba a su largo abrigo gris colocando su mano en mi espalda. Llegábamos a la tienda y me compraba un rico helado de mora con la promesa de que no le cuente nada a mamá. Me gustaría recordar sus palabras durante esos minutos de caminata pero lo único que recuerdo con claridad es la seguridad que sentía tomada de su mano y mirando desde mis 60 centímetros de altura su sonrisa y su sombrero negro.

Cuando nos mudamos de casa y mi edad era la adecuada para regresar sola de la escuela, se remplazaron las caminatas por un bus. Apenas y lograba sostenerme en medio de tanta gente, el peso de mi maleta me inclinaba hacia atrás y los frenazos del bus hacia adelante, alzaba la cabeza y no veía más que caras desconocidas con el entrecejo fruncido, añoraba el momento de bajar pero cuando llegaba sentía miedo debido a la multitud de cuerpos que tenía que atravesar antes de llegar a la puerta.
En una de las tantas salidas, recorrí el bus sujetando mi mochila, jaloneando la ropa de las personas y cuando podía impulsándome de los asientos.

¿Recuerdas cuándo tomabas el bus siendo un pequeño niño? estás cansado de un día de clases, tienes hambre, la maleta se siente enorme apoyada en tu espalda, y por primera vez quieres ser adulto para poder salir del bus sin tanto maltrato.

Ese día mi zapato blanco de educación física se quedó entre los pies de los adultos, no regrese, por un instante dude en hacerlo pero el bus no esperaría y se pasaría de mi parada, continúe caminando con mi pie descalzo y cuando baje del bus respira aliviada.

Cuando en casa preguntaron que pasó sólo respondí "perdí un zapato en el bus, quiero que papito Julín vaya a verme en la escuela otra vez y todos los días".

Documentos

“Señores pasajeros revisen sus documentos por favor” (silencio) “Señores pasajeros tengan la bondad de revisar que sus documentos estén en orden” (silencio) (risa muy bajita de unos cuantos pasajeros) la voz que pedía abrir maletas, meter manos a los bolsillos, indagar en una caótica cartera pera revisar documentos era la del conductor de un ecovia que ayudado de un microfono y de unos parlantes adecuados al sistema de esta transporte causó intriga en los señores y señoras pasajer@s.

Lo que en muchos fue motivo de risa y en otros cara de asombro mi imaginación lo transformó en una escena vivida por muchos en la Alemania nazi. No se por qué pensé que en la siguiente parada entrarían desordenadamente un grupo oficiales a revisar nuestros documentos. Tal vez nos hagan salir con la cédula en la mano y a quienes no la tienen los detengan. Pero ¿para qué?. Yo tenía mi cédula y nada que temer, pero imagine el miedo que los judíos sentían cada vez que el tren o el autobús paraba.

“Parada La Paz”, “Señores pasajeros ¿revisaron sus documentos? ¿todo en regla?” aquella voz interrumpió mis pensamientos, “Muy bien quienes se quedan en está parada tenga la bondad de salir” “cuidado con las puertas”. Con caras de asombro y sonrisa en los rostros los pasajeros bajaban ordenadamente preguntándose igual que yo ¿qué le ocurrió al conductor? ¿¿¿¿?????

Lunes otra vez

Los ojos me arden, estoy cansada, pero no cansada con ganas de dormir, estoy cansada con ganas de no despertar, de no despertar para tener que pasar ocho horas frente a este computador. Hoy mientras venía imaginaba que el ecovia se desviaba, que al bajar no llegaría a la misma calle, que me esperaba un lago donde sumergía mis pies sin miedo ahogarme. Falta media hora para salir y tampoco me complace saber que me espera después de cuatro cuadras un ecovia lleno de gente que no conozco, que no le importa clavarme un codo para poder pasar o empujarme bruscamente para poder llegar a la puerta, es lunes, después de dos días de no ser esclava del tiempo y de poder hacer lo que cada minuto me pide es difícil volver a la rutina, es el pesimismo del lunes.

Un nuevo significado para el verde


Después algún tiempo de dejarme llevar por la comodidad de un automóvil vuelvo nuevamente al bus. No tuve que planear en mi mente el camino más seguro y corto para llegar al Terminal Quitumbe ya que lo conozco de memoria; y aunque he escuchado infinidad de sugerencias de cómo llegar más rápido decidí tomar un libro del dramaturgo Marcos Rosenzvaig y disfrutar de mi viaje acompañada de su obra.

En el trole no preste atención a ningún pasajero, no me desespere por llegar, concentre mi mente en mi lectura y así el cruzar Quito se hizo más corto... la historia de Hassan y Ada salvo lo que casi siempre es un tormento.

Camine por breves minutos con mi libro en la mano por el Terminal Quitumbe hasta llegar al bus interprovincial que me llevaría a Ambato, en la puerta del bus me recibió una muy conocida voz que desde que dijo: que si no cambian las condiciones en el fideicomiso a partir de junio se empezará la explotación del Yasuní ITT, dejó de ser de mi agrado (no es que antes lo era al cien por ciento).

Cuando me acomode en mi asiento me resigne a detener mi lectura por el alto volumen de la televisión y los aplausos de algunos pasajeros, “tranquila” me dije, “máximo hasta Tambillo durará la señal y no tendrás que escuchar la larga cadena sabatina”.

En ese momento sentí la palma de una mano sobre mi hombro “vamos compañerita, muy bien apoyando la revolución”, obviamente no respondí con una sonrisa, más bien puse cara de asombro, pero enseguida me di cuenta que el culpable de esta confusión fue mi compañero de viaje con pasta verde que descansaba sobre mi rodilla.

El resto del viaje escuche entre los pasajeros dos posiciones distintas aquellos ambateños que viajan con las ganas de volver a su ciudad y otros llenos de color verde que por infinidad de razones asistirían a los festejos del presidente.

Cuando baje del bus tuve que caminar como quince minutos para poder encontrarme con mi papá pues fue imposible llegar hasta el Terminal de Ambato, lo primero que mi padre vio fue mi libro color verde “están llenando las calles con propagandas del Gobierno no”, ¿acaso ahora todo lo verde, hasta mi inocente libro, tiene que ver con Alianza País?

Nuestra pequeña aventura


La imagen de una familia compartiendo dos asientos de un bus viene a mi mente, me produce melancolía y a la vez agradecimiento por haber podido vivir esos momentos. Los lujos no fueron parte de mi niñez esos llegaron con el tiempo, un auto no nos hizo falta y durante años la rutina de tomar el bus juntos era todo una aventura.

Recuerdo las miradas entre mi hermana y yo, miradas de complicidad para repartirnos el primer premio: ir sentadas en la pierna de papá, ahí nos sentíamos seguras y el no ganar ese privilegio nos llevaba hasta la ventana lugar donde imaginábamos cómo sería nuestra vida al crecer, durante esos momentos me fue imposible imaginar el día en que ya no estuviéramos juntos.

Las canciones solían ser parte del viaje, en cada parada, como si el extraño que acababa de subir interrumpiera nuestra privacidad, hacíamos silencio, al sentir el movimiento del bus volvíamos a reír, a cantar y bailar para los ojos de mamá y papá.

La impaciencia nos invadía y empezaban las preguntas “¿ya llegamos?”, la respuesta dependía del ánimo de papá y aveces era un seco “falta poco”, mamá respondía con un abrazo y un beso en la frente, pero la mejor de todas era cuando papá respondía con el inicio de un cuento, sabíamos que segundos antes de bajar del bus él diría la palabra fin.

Durante el corto viaje yo miraba a todas las personas del bus, dejaba por un momento el espacio que creábamos para nosotros e imaginaba breves historias para cada uno de los pasajeros, pero cuando papá empezaba el cuento el bus era sólo para nosotros, lo miraba con atención y recreaba en mi mente cada una de sus palabras, me molestaban las interrupciones de esa pequeña niña de ondulado pelo negro, mi hermana no podía atender sin preguntar, sin reír y hacer bromas, pero esas interrupciones hacían especial la historia.

El bus no siempre nos reservaba dos asientos, cuando eso sucedía sujetaba fuertemente la mano de mamá para no caerme, cuando estaba cansada ella me permitía posar mi cabeza en su estomago y yo sentía el ir y venir del bus con total tranquilidad. Mi hermana me miraba feliz sentada en los zapatos de papá, cantaba bajito para que solo nosotros podamos escucharla.

Los primeros viajes en bus de mi hermano menor nos permitían observarlo, recuerdo que en silencio contemplábamos su sueño deseando que habrá sus ojos para poder compartir con él nuestra pequeña aventura.

Les Adoro, gracias por ser parte de los más sencillos y mejores instantes de mi vida.