Isabel, vive “al vuelo”, una historia escrita por Camila Witt

Eran las 10:15.  A esa hora, Isabel ya había trabajado cuatro horas seguidas. Entre cobrar los pasajes a los usuarios del transporte, barrer, trapear, timbras las tarjetas, colgarse de la puerta para anunciar el recorrido… Isabel es una de tantas chicas que trabajan como controladoras y cobradoras en los buses urbanos, interparroquiales y cantonales que circulan por Quito.

Es un trabajo agotador. Sus jornadas son largas, tanto que hay días que pasa más de 13 horas dentro de bus. “Aquí una vive al vuelo”. Se come al vuelo, se va al baño al vuelo, se sube y se baja del bus al vuelo… El tiempo, según cuenta, es lo más importante en su trabajo.  

Su labor es sacrificada, pero “¿cuál trabajo no lo es?” dice. Y recalca que todos tenemos una misión en el mundo y la suya es ayudar a trasportarse a gente que requiere el servicio. Un día antes, por ejemplo, no tuvo tiempo más que para tomar un apresurado plato de sopa como almuerzo y seguir. “No es porque los dueños de los buses sean malos, es por el tiempo, por el compromiso que tenemos con los usuarios”, explica.  

Hace un par de años sufrió una perforación en uno de sus riñones y su salud se ve, desde esa época, un poco quebrantada. Pero todo eso no la asusta. Así es su día y así lo será por varios años más. Esbozando una gran sonrisa dice: “mi trabajo me encanta, se hace mucho, se da un servicio, me gusta conocer gente”.  
Lleva seis años prestando sus servicios para la cooperativa Vingala, empresa que transporta diariamente a 3000 pasajeros desde el Valle de los Chillos a Quito y su regreso. Ella tiene 23 años, es madre soltera de un niño de siete. Como la mayoría de mujeres en su situación, trabaja para su hijo. “En otro trabajo, con el básico, no me alcanzaría para parar la escuela de mi hijo y los otros gastos. Aquí me pagan a diario y eso me ayuda.”

Los usuarios de su unidad la obligan a permanecer sonriente y alegre durante el día. “Yo nunca me pongo de mal genio o me porto descortés. Por eso ya tengo clientes q son mis amigos”. Aunque reconoce que también hay gente que no es simpática con ella: “son groseros, insultan, de todo hay aquí”, dice.
Sin embargo, las dos peores experiencias que recuerda fueron cuando usuarias de su unidad llegaron a golpearla por intentar darles la mano. “Esas señoras lo primero que le dicen es: no me topes, longa igualada.  No entienden que darles la mano y ayudarlas es parte de mi trabajo”. 
Pero también hay buena gente. A veces, cuenta, hay señores que le regalan un chocolate o una flor en muestra de gratitud del trato y el servicio que les brind. Han pasado ya más de cinco horas de trabajo y para Isabel, el día recién empieza.

Ahora, esperará la hora del almuerzo para que más estudiantes universitarios regresen a sus casas y el flujo de gente aumente. En la tarde barrerá y trapeará el bus “para que los clientes no se quejen” y luego esperará a la noche, cuando los moradores del Valle de los Chillos regresan a sus casas. Su turno terminará a las 23:00 en Sangolquí y para las 06:05 del día siguiente debería partir en el primer turno de la unidad 26 de la cooperativa desde Quito.