Cuando el bus no te lleva el cielo


No tengo maleta, estoy descalza, siento el dolor en el pecho de cuando te fuiste pero con cierta inexplicable alegría. Cuando subo al bus el chófer me pide el boleto “Al cielo, bueno es un largo viaje, siéntese atrás por favor” (no puedo creer lo que han inventado mis sueños, un transporte que me llevé hasta allá). No estoy dormida e intento divisar por la ventana el camino pero la neblina es muy densa, empiezo a contar en voz alta y recuerdo la ansiedad que sentía cada vez que viaja a Ambato esperando verte sentado en el auto afuera del Terminal. “Voy a verte” me digo emocionada, y lamento no tener un libro en mis manos para calmar a la impaciencia.

El bus ha parado varias veces, no se ha bajado ningún pasajero, tal vez todos van al cielo. Dos sillas delante de mí está una niña con vestido largo, en sus manos tiene un oso de peluche, es idéntico al mío, ese que me regaló mi mami en la navidad de 1987. “Cuando muera te lo voy a dejar a ti para que se los des a tu primera hija”.

Siento que llevo varias horas sentada en este bus, de seguro cuando me veas te reirás de mi por no haberme vestido y haber viajado con pijama, entonces te golpeare la cabeza para que dejes de reírte y me abrazaras… De repente el chófer frena y anuncia a través de una espacie de parlante antiguo “Pasajeros con camino al cielo, hoy no podremos continuar el viaje, si desean pueden bajarse aquí o prepararse para regresar”.

Estoy a punto de llorar y me despierto en mi cama, sin maleta, descalza y con un dolor en el pecho igual al que te sentí cuando te fuiste y lleno de desesperada tristeza.

Espero que el bus de esta noche me lleve al cielo.