El rito de tomar el bus

El rito es un acto repetido invariablemente, se relaciona al rito con acciones religiosas o ceremoniales pero sin duda existe un rito en muchas de las cosas que hacemos. El Rito de tomar el bus tiene cuatro pasos: esperar, subir, pagar, viajar (por corto o largo tiempo, sentado o parado), bajar.

Miles de personas repiten este ritual al menos dos veces al día, lo único que cambia durante este rito es el estado de ánimo de esa persona que en la mañana sube un poco dormida al bus, en la tarde está paga el bus feliz y en la noche paga el pasaje furiosa. En los ritos es común que las personas lleven un vestuario simbólico específico, lo que me llevó a imaginar cómo sería el rito de transportarse en bus si utilizáramos todos los elementos de un rito ceremonial.

Treinta pasajeros en un bus la mitad de ellos vestidos de negro simbolizando el luto a la muerte de la última persona que murió en un accidente de tránsito, la otra mitad vestida de verde como símbolo de la esperanza que representa un viaje, no como música de fondo sino como el leit motive de este rito y los muchos similares que se repiten, a todo volumen suenan los ballenatos. El bus para, una vez más para, y el siguiente personaje del rito se hace presente y sube al bus, baja la cabeza y paga el pasaje mientras los demás agitan en su mano las monedas. Todos los sentados cruzan la pierda derecha y miran a la ventana, todos los parados se aferran al tuvo de bus con la mano izquierda y miran al suelo. El chófer quien preside la ceremonia maneja con los ojos cerrados.

El Autobús como método de relajación

Preparo las monedas y subo al "bus", si he tenido suerte me sentaré en el espacio de mi gusto: A la par de la ventana, de segunda, al lado derecho del autobús.
Coloco mi bolso sobre mis piernas y me aferro a él como quien lleva la fórmula secreta que revolucionará al mundo.
Observo por la ventana las casas y las calles por donde paso y procuro que mi mente levite a escasa distancia de mi cuerpo para no detectar los aromas, el roce del cuerpo de la persona a mi lado...
En ocasiones aprovecho para rezar una que otra súplica o plegaria. Leer un libro, estudiar para la Universidad.
Si me toca ir de pie, es por completo una practica de yoga en donde procuro mantener por el mayor tiempo posible la posición del "mono agarrado", la fuerza de mis brazos se pone a prueba y mi equilibrio llega a su máxima o mínima expresión.
Pero nada se compara a la hora de tener que abandonar el bus: Todo un arte poder pasar en medio de las dos filas de gente de pie.
Al colocar los pies en tierra, regreso al mundo real y camino a casa.
Una historia de Marcela Araya.

Cuando el bus se detiene indefinidamente


Son insoportables las horas que el tráfico obliga a pasarse sentado en un asiento del bus, el cuerpo no se adormece, se desespera, se estira, se mueve, se inquieta. Que necesidad inexplicable de salir de ese espacio inmóvil, nada impide que uno baje del bus y salga corriendo, que huya de la monotonía de un asiento, de gente desconocida, de un chófer que bosteza, una señorita que cuenta las monedas y una vista en la ventana que durante varios minutos ha sido la misma. Nada impide escapar del bus y retar al tráfico pero nadie lo hace, nadie se atrave, nadie lo piensa.
La que más sufre las consecuencias de la inmovilidad es la espalda que se duele incomoda y luego contagia su malestar al cuello que apenas protesta.

Durante esa larga espera imagino la imagen que leí y pretendo sentirla para alejar de mi las desquiciadas ganas de romper el vidrio y gritar, supongo que para aquellos que están al borde del suicidio o de la desesperación extrema les puede servir imaginar la felicidad de un hombre que sentado observa las estrellas. Levanto mi rostro y miro el techo del bus ahí están mis estrellas, me pongo los lentes, se hacen invisibles, me los quito, me levanto del asiento e intento alcanzarlas, cundo al fin mis manos han logrado tanto como para alcanzar mi cielo las agarro y me las como, me las como todas y siento miles de estrellas brillar dentro de mi cuerpo. Despierto y lo primero que veo es la misma calle llena de carros.

Cuando la música se convierte en martirio

Debería existir una ley que prohíba a los transportistas públicos compartir sus gustos musicales con los pasajeros. ¿Por qué tengo que escuchar reggaeton o vallenatos durante más de dos horas cuando viajo en bus? Imposible, totalmente imposible tolerar la tormentosa de melodía de una tipo de música que no me gusta y peor aún a todo volumen mientras me aferro a mi asiento porque el bucero toma las curvas de la carretera como si fuese un juego, en el juego el que gana es quien más maltrata al pasajero.

Para ser ganadores los señores transportistas utilizan variedad de herramientas, para mi la más eficaz es la música, después el tener que buscar oxigeno desesperada porque el bus va completamente lleno con pasajeros apretujados por todos lados, también está el típico frenon que obliga a la frente a golpearse contra el asiento y el usual acoso del controlador.

Señores chóferes del Ecuador son pocos muy pocos quienes pierden el juego!!!

Por culpa del apurado chofer

“Salga por atrás, rapidito, rapidito” y la gente muy educada hace caso a las palabras del controlador y cuando se tiene un pie en el bus y otro en el aire el conductor acelera y alguien se cae.

Eso fue lo que paso hoy a las 10 de las mañana cuando me dirigía al trabajo, el bus paró en la Amazonas y una señora fue víctima del apurado chofer. “Bestia” “Animal” “Inhumano” fueros algunos de los insultos que recibió el culpable, pero una señora más sensata llamó al 1800 EMMOP y denunció lo sucedido, espero que esa denuncia sirva de algo.

Las rodillas de las pobre señora estaban muy lastimadas y del susto no alcanzó a decir nada.

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Un ilusionista le quito cinco dólares

la única historia que recuerdo del trole es cuando, me robaron mi billetera sin siquiera percatarme, con tal elegancia yo solo le augure un buen futuro al hábil ilusionista que luego del hurto procedió a devolverme mi billetera con tal candidez que yo termine por agradecerle, cuando me di cuenta, obviamente me la había devuelto sin mis pobres 5 dólares que llevaba dentro, quizás no sería una fortuna pero para entonces servirían para invitar a una amiguita de turno a un heladito, a lo mejor el hizo lo mismo con su amiguita de turno, sin embargo aun sostengo mi respeto y admiración al mal llamado antisocial, que simplemente aprovecho mi condición de seudo adolescente elevado, tomo prestado un poco de dinero para alimentar de ilusiones a otra incauta, que si bien no seria la mía pero que igual contribuiría al shakirismo de este país jajaja!!!
Una historia Lex Gallardo

El no cuerdo, el ciego, y el perro

En uno de mis viajes a mi querido Ambato encontré en el Trole a tres personajes muy peculiares que hicieron más corto mi viaje de la parada El Ejido al Terminal Quitumbe.

Estaba sentada casi en la mitad del Trole, más cercana al conductor que a la última puerta de entrada y salida, mi mirada se concentró a mi lado derecho, pues delante de mí se encontraba un joven más bajo que alto cubierto por un saco blanco y un pantalón gris, toda su ropa estaba sucia, rota y revelaba su estado de indigencia. Este hombrecito regresaba a ver cada dos minutos hacia atrás y levantaba la mano con alegría “Hola, hola, hola pana hola” después se recostaba sobre su asiento y se reía, esta rutina se repitió varias veces durante mi viaje.

Cuando el hombre “que mira la luna” regresaba a ver hacia atrás me percate que un señor de edad avanzada hacia lo mismo, pero buscaba algo, tal vez al pana del loquito, cuando mire el rostro de este señor me asuste, sus ojos eran completamente blancos lo que revelaba su ceguera, pero ¿buscaba algo que mirar o simplemente quería ser cómplice del no cuerdo?

El tercer personaje de mi viaje fue un perro, mire su cola que salía de una cobija mientras su dueño se dirigía de su asiento a la puerta. El perro parecía muerto, no se movía, no ladraba, no lamía. No era un perro pequeño, era un perro mediano que colgaba del brazo de su amo cubierto por una cobija. “¿Está muerto?, “tal vez está enfermo, pero por qué su dueño lo transporta en Trole y no toma un taxi para llevarlo al veterinario, tal vez no tiene dinero, tal vez él lo mató y lo lleva a enterrar lejos de los ojos de sus hijos”, esos eran mis pensamientos en ese instante cuando el perro, tal vez con la intensión de proteger a su dueño de mis malos pensamientos, se movió.

Estas son las historias que uno encuentra en el transporte público.