Son insoportables las horas que el tráfico obliga a pasarse sentado en un asiento del bus, el cuerpo no se adormece, se desespera, se estira, se mueve, se inquieta. Que necesidad inexplicable de salir de ese espacio inmóvil, nada impide que uno baje del bus y salga corriendo, que huya de la monotonía de un asiento, de gente desconocida, de un chófer que bosteza, una señorita que cuenta las monedas y una vista en la ventana que durante varios minutos ha sido la misma. Nada impide escapar del bus y retar al tráfico pero nadie lo hace, nadie se atrave, nadie lo piensa.
La que más sufre las consecuencias de la inmovilidad es la espalda que se duele incomoda y luego contagia su malestar al cuello que apenas protesta.
Durante esa larga espera imagino la imagen que leí y pretendo sentirla para alejar de mi las desquiciadas ganas de romper el vidrio y gritar, supongo que para aquellos que están al borde del suicidio o de la desesperación extrema les puede servir imaginar la felicidad de un hombre que sentado observa las estrellas. Levanto mi rostro y miro el techo del bus ahí están mis estrellas, me pongo los lentes, se hacen invisibles, me los quito, me levanto del asiento e intento alcanzarlas, cundo al fin mis manos han logrado tanto como para alcanzar mi cielo las agarro y me las como, me las como todas y siento miles de estrellas brillar dentro de mi cuerpo. Despierto y lo primero que veo es la misma calle llena de carros.
Cuando el bus se detiene indefinidamente
Publicado por Gabiru en 13:05
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